LEYENDAS

EL PALACIO DE LOS VÉLEZ

Existe en la ciudad de Jaén un interesante edificio del siglo XVII, que cuenta con una hermosa fachada, decorada con escudos nobiliarios y con un recoleto jardín, que es conocido como Palacio de los Vélez, en la actualidad sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén.
Se encuentra este Palacio junto a la calle Valparaíso, conocida popularmente como Callejón de la Mona.

Nos cuenta una leyenda, que habitaba en este palacio una muy ilustre y adinerada familia de Jaén.
Se dice que esta familia vivía entre grandes lujos, con una profusa decoración en todo el palacio.

Tenía esta familia una hermosa hija, de bellísimos ojos claros, pelo rubio platino, blanca piel y contorno perfecto. Reunía las mejores virtudes que pudiera ostentar una doncella casadera de la aristocracia del momento, pues era bondadosa, prudente, además de caritativa en extremo con los más desfavorecidos.
Esta hermosa dama, acostumbrada a tratar a todo el mundo como a iguales, sin darle importancia a su clase social, portaba en su cotidiano vivir la sencillez propia de una santa.

     Hablaba con gran modestia, a pesar de su elevada posición, con doncellas, labriegos o pedigüeños, a los que nunca negaba una limosna y a los que gustaba ayudar en lo que podía, sin negarse jamás a escuchar sus numerosos problemas. Esta actitud hizo que conociera de primera mano las grandes necesidades de las clases más humildes del Jaén de aquellos tiempos.

El padre de la hermosa joven presumía de ella en los foros políticos o económicos en los que solía participar. Ostentaba de su hija aún más que de las inmensas riquezas que en tan gran número poseía.
La madre hacía gala de las virtudes de su hija ante todas las damas aristocráticas de la ciudad, mostrándola, cuando paseaban juntas, como el más valioso de los tesoros que había en su casa.
Todos los más ricos y apuestos galanes de la ciudad, la observaban intensamente cuando paseaba con su madre por la Plaza de Santa María, quizá para asistir a misa en la Catedral, o simplemente dando un paseo por cualquiera de las calles o plazuelas cercanas a su Palacio.
Muchos fueron los pretendientes de la aristocracia jiennense que aspiraron a obtener su mano. Incluso se cuenta, que numerosos fueron los nobles de otras ciudades que pretendieron casamiento con la hermosa joven.

Un día, la hermosa dama, con su habitual sencillez, entró en una extensa conversación con un plebeyo, posiblemente un criado de la casa. Lo cierto es que era un hombre joven de clase humilde. La inocente muchacha entabló una gran amistad con el humilde joven y halló en él una serie de grandes virtudes, que no había conocido antes en la mayoría de los grandes nobles con los que habitualmente se relacionaba.

La chispa del amor hizo mella en el corazón de ambos jóvenes. La hermosa aristócrata y el humilde plebeyo, como en otras historias de amor, quedaron prendados el uno del otro y no pudieron evitar el comienzo de un hermoso romance. Unidos por el más secreto de los amores, disfrutaron durante un tiempo el uno del otro, hasta que llegó el momento fatídico para ambos.

Un día, el orgulloso padre de la joven dama, descubrió esta relación amorosa, que para él era una verdadera humillación y vergüenza, razón por la que de inmediato pensó en aplicar una drástica solución.

Una gran desgracia se ciñó sobre la enamorada pareja. El padre decidió encerrar a su hija en la alcoba más alta de una torre que en aquel entonces, tenía el palacio de los Vélez, pero no pensó en un encierro temporal o llevadero, sino en emparedarla, levantando un muro en la puerta de la alcoba y dejándola absolutamente incomunicada con el exterior. Se dice que tapió incluso la ventana, dejando un pequeño orificio por el que apenas entraba el aire a la habitación.

No se arrepintió la joven de su amor por el plebeyo, quedando pues marcado su destino. Quedó emparedada por su enfurecido padre, en la alcoba de la mencionada torre.

Desde entonces, dicen que olvidaron a su hija, como si hubiera muerto, dejándola encerrada e incomunicada, para que nadie supiera de la grave afrenta que, según sus padres, había hecho la joven dama a su noble casa.


Nos cuenta esta leyenda que el joven enamorado, transido de dolor, acudía todos los días al pie de la torre donde estaba encerrada la joven, y que ella, a través del pequeño orificio que tenía en la pared de su prisión, lanzaba a la calle mensajes de amor al plebeyo, escritos en las hojas de un libro de oraciones, único bien que sus padres le dejaron en tan penoso confinamiento.

Para escribir en sus páginas, con una astilla de madera se pinchaba un dedo, utilizando a falta de tinta, su propia sangre.

Nadie supo más de esta historia. Cuentan que posiblemente murió encerrada y olvidada de todos, en aquella oscura y triste torre. Solo le quedó la ilusión de escribir mensajes al plebeyo que había ocupado su corazón de forma tan intensa.

Aún hoy, hay quien dice, que el fantasma de una hermosa joven rubia y de ojos claros, pasea su tristeza por las salas del Palacio de los Vélez, quizá deseando encontrar al plebeyo enamorado, al que nunca ha podido olvidar, a pesar de los siglos transcurridos.






El Santo Rostro de Jaén


Cuentan los evangelios apócrifos, que caminando Jesús de Galilea hacia el Monte Calvario, se acercó hasta El una mujer joven para limpiarle el sudor de su faz, quedando estampado en el sudario utilizado el rostro del Nazareno.
El sudario estaba doblado, razón por la que quedaron estampados tres rostros. Uno de ellos, según la tradición, es el que está guardado bajo siete llaves en la Santa Iglesia Catedral de Jaén.
Cierta es la popular creencia de que son siete llaves, e incluso más, si se comienza a contar desde la puerta de la verja de la Catedral, la de entrada al templo, la que da acceso a la capilla principal, la que abre la caja fuerte que alberga la Santa Faz, hasta llegar a la urna que guarda la valiosa reliquia.

Entrando de nuevo en el mágico mundo de la leyenda, encontramos una de origen muy remoto, que nos relata la razón por la que el Santo Rostro de Cristo llega desde Roma hasta la ciudad de Jaén.

Una versión sitúa el momento de tan fantástica historia en la época en que fue obispo de Jaén San Eufrasio, uno de los siete varones apostólicos y evangelizador de la provincia. En otra, sin embargo, se nos traslada al tiempo en que fue Obispo de la diócesis D. Nicolás de Viedma.

Dicen que estando un Obispo de Jaén cenando, escuchó un gran alboroto, unido a escandalosas risas y comentarios jocosos de unos insanos diablillos, que guardaba encerrados en un jarrón de boca estrecha y base ancha, de esos que llamamos redoma.
No pudiendo concentrarse en lo que estaba haciendo el obispo, ya que agitaban sus alas y reían con gran estrépito, se acercó sigiloso hasta el jaleoso jarrón sin que le vieran. Una vez encontró el sitio apropiado, escuchó con interés para averiguar la razón de semejante jolgorio.
Los pequeños demonios estaban relatando, entre risas ensordecedoras, los grandes pecados de Su Santidad el Papa. En los abismos infernales, según noticias que habían recibido, estaban esperando el momento de su muerte para celebrar una gran fiesta. Relataban satisfechos los pecados del Pontífice, con ansiedad de que llegara el instante en que éste bajara hasta las infernales llamas, que parecía ser inminente.

Quedó asombrado y boquiabierto el Obispo por lo que escuchó. Preocupado por el casi inmediato y horrible destino de Su Santidad, comenzó a pensar de qué modo podría avisar al Santo Pontífice antes de su fallecimiento, consiguiendo quizá su arrepentimiento y robando a los infernales lugares el dominio de un alma papal.
Por más que pensó el resultado era estéril. Sólo viajando a Roma podría hablar con el Pontífice y conseguir de él un arrepentimiento. Pero ¿cómo llegaría hasta la ciudad eterna? Eran muchos los días necesarios para llegar al Vaticano, y para ese momento el Papa ya habría fallecido.

Una genial idea le vino a la mente. Si convencía a uno de los diablillos para que lo llevaran volando hasta la ciudad de Roma, podría llegar a tiempo de prevenir al Papa de su fatal destino, consiguiendo salvar su alma antes de que le sobreviniera la muerte.
Con paso firme y decidido, se acercó al lugar donde los diablillos celebraban la infernal noticia. Callaron rápidamente al ver que el Obispo entraba en la estancia y con los ojos muy abiertos, escucharon la necesidad que el prelado tenía de viajar a Roma, para tratar asuntos urgentes con Su Santidad.

Los diablillos se miraron, asombrados de la petición del Obispo. Rápidamente uno de ellos, se mostró dispuesto a llevarle volando sobre su lomo hasta el Vaticano, pero quería saber qué recibiría a cambio de ese gran favor.
El obispo mostró su disposición a darle aquello que le pidiera. Poco tuvo que pensar el diablillo, que enseguida realizó su petición. Parece ser que el Obispo disfrutaba todas las noches de unos suculentos y opíparos banquetes, razón por la que el diablillo pidió a cambio del viaje hasta Roma, las sobras de las cenas del prelado durante el resto de su vida.
Aceptó el Obispo de Jaén la condición impuesta por el jocoso diablillo, al que le brillaban los ojos de satisfacción por el trato conseguido. Al momento, liberó de su estrecha prisión a la infernal criatura y montó el Obispo sobre su lomo. Rápidamente llegó hasta el Palacio del Papa, donde enseguida le concedieron una entrevista personal con él.

El Santo Pontífice, impresionado por la visita del Obispo de Jaén, escuchó con atención lo que éste fue a relatarle. Al momento se dio cuenta de que la suma de sus pecados se había convertido en una condena infernal. Mientras, el prelado jiennense lanzaba bendiciones y agua bendita por aquella estancia intentando purificarla.

Se escucharon ruidos y lamentos ensordecedores, unido a un intenso olor a azufre, hasta que el Papa, al arrepentirse de los males cometidos, consiguió salvar su alma.
Tan agradecido quedó al Obispo que le había salvado del infierno, que le entregó el Santo Rostro de Cristo en señal de gratitud.
Solucionado el problema, volvió feliz el prelado a montar sobre el diablillo, con el Santo Rostro apretado entre sus brazos. Regresó de nuevo surcando los aires hasta la ciudad de Jaén, donde quedó guardado para siempre tan preciado sudario.
El diablillo, satisfecho del trato que había realizado con el Obispo, esperaba con ruido en las tripas el grandioso festín de esa noche. Sin embargo, nos cuenta esta leyenda, que a partir de ese momento, el prelado decidió que sus cenas estuvieran compuestas de un único plato. (sigue...)

Desde entonces y hasta su muerte, cada anochecer, saboreaba un cuenco de exquisitas nueces, dándole al ansioso y hambriento diablillo las sobras de su cena, que no eran sino las cáscaras del apetitoso fruto.


 

Nuestro Padre Jesús Nazareno


Es la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, actualmente ubicado en la Catedral de Jaén, una de las más veneradas de la ciudad. Larguísimas son las filas de miles de nazarenos, que en la madrugada del Viernes Santo, siguen a Jesús en el camino hacia el Calvario.
Hermosas estampas de la Semana Santa andaluza y jiennense son las de esta procesión, que tiene como uno de los más bellos momentos la salida de Jesús por las puertas de la Catedral, instante en el que las luces de la plaza de Santa María desaparecen, para dar paso al Abuelo iluminado en una de las estampas más esplendorosas de su extenso itinerario.
Es la única imagen de la ciudad que cuenta con la dignidad de Hijo Predilecto, y cuelga de sus manos una gran llave, copia de la que daba acceso a un hospital, en el que entrando la imagen de Ntro. Padre Jesús, se cortó milagrosamente un gran brote de peste que asolaba la ciudad en el siglo XVII.


Nos cuenta sin embargo una leyenda, que podemos colocar entre las más conocidas de la ciudad, que hace muchos años, un hombre anciano, cansado de un largo viaje, derrengados los pies de tanto caminar, se acercó hasta una blanca casería cercana a esta ciudad, conocida como Casería de Jesús, y encontró en la puerta de la misma a un labrador, al que pidió asilo para descansar esa noche del largo viaje que estaba realizando.
Lo acogió generoso el labrador, que ofreció al anciano viajero todo aquello que a su alcance tenía. El caminante, al acercarse a la entrada de la casería, fijó su vista en un leño de grandes proporciones.

Comentó al hombre de la casería que él, con ese madero, sería capaz de hacer una hermosa talla de Jesús en un solo día. Solo necesitaba para realizar la escultura que le dejaran trabajar tranquilo en alguna habitación solitaria de la casa.
El labrador, ilusionado por la idea, rápidamente le ofreció el tronco para que hiciera con él lo que decía. Le agradó al buen hombre la posibilidad de convertir en talla un madero que no le era de utilidad. Le aseguró además, que de ser cierto lo que decía, sabría agradecer su trabajo.



Dispuso entonces el labrador que se trasladase el enorme tronco a una cámara pequeña y angosta de la casería, donde con el leño quedó encerrado el anciano viajero.
Allí pasó el abuelo toda la noche. Ni un solo ruido perturbó la tranquilidad de los campos cubiertos por la oscuridad. Pasó también toda la mañana siguiente, sin que se escuchara el más mínimo sonido procedente de aquella habitación de la casa.
Preocupados los habitantes de la casería, por el tiempo pasado sin acusar ruido alguno, subieron sigilosos y se decidieron por fin a abrir la puerta de la pequeña habitación. Sobrecogidos por el asombro y el temor, descubrieron la escultura más hermosa que jamás habían visto. Era el primer milagro de Nuestro Padre Jesús Nazareno.



La Casa de los Rincones y las leyendas de los Ibn Shaprut.


La familia de los ibn Shaprut, descendientes del mismísimo profeta Moisés según la tradición de la época, es la familia giennense de la que provenía el célebre cortesano judío Hasday ibn Shaprut, natural de Jaén y que alcanzó las más altas dignidades en la corte de los califas Abderramán III y Alhakam II.
El saber de este judío giennense fue tan enorme, que no han sido pocas las leyendas que han circulado a su alrededor.

Una de las más famosa, cuenta que el gran Califa Abderramán III llegó a la ciudad de Jaén, camino de Córdoba, cuando fue mordido por una víbora venenosa.

Según esta leyenda el Califa encontró en Jaén a Isaac ibn Shaprut, un célebre médico judío local, que fue capaz de medicinarle contrarrestando el mortal efecto de la picadura de la serpiente venenosa y, quedó tan agradecido, que se lo llevó a su palacio como médico personal.

Otra leyenda relacionada con esta familia la encontramos en Jaén, en la Plaza de la Magdalena, donde según una antigua tradición se ubicó la casa donde vivieron los miembros de este ilustre linaje. Se trata de una casa que tiene actualmente en su fachada una Estrella de David, que muchos no dudan en atribuir al origen judaico de la familia que allí vivió. No obstante, todo esto es una antigua tradición.

La casa actual,  se halla en el lugar donde antaño se ubicó la conocida como "Casa de los Rincones" o "Casa de las Almenas", donde la tradición ubica un interesante episodio del dueño del inmueble con el Rey Pedro I.

Cuenta la Leyenda, que el Rey visitaba la  ciudad de Jaén de incógnito,  en un momento difícil, pues su vida corría peligro por las guerras que mantenía con su hermanastro.
El dueño de la casa descubrió que era el rey de Castilla porque a este le crujían las canillas, (cosa sabida por todo el vulgo) y, entonces, decidió vigilar toda la noche, en un rincón junto a la alcoba donde dormía el rey, con una tizona en la mano.
Al despertar y descubrirlo de esta guisa, el rey y su acompañante pensaron que era un traidor pero, pronto descubrieron que, en realidad, el hombre estaba vigilando la seguridad de su monarca y, por eso, le ofreció dar lo que le pidiera en agradecimiento.

El hombre le pidió agua y almenas para su casa, que era entonces un signo de distinción social. Fue así como la casa pasó a llamarse la “Casa de los Rincones” o “Casa de Las Almenas”.  Además el rey, le dio el apellido "Rincón", por haberlo vigilado desde aquel lugar para proteger su vida.

Una cueva secreta en la Plaza de los Huérfanos.


Preciosa esta leyenda, que nos ubica en lo más profundo de la mitología islámica o judía, por lo orientalizante que es. Se desarrolla justo en el acceso desde el exterior de la ciudad a la antigua aljama de los judíos, en una casa que debió situarse en la esquina entre la actual plaza de los Huérfanos y la calle del mismo nombre.

Dicen que llegaron unos ganaderos trashumantes solicitando alojamiento a una de aquellas casas de la plaza de los Huérfano y que, los propietarios, decidieron darles cobijo en un buen sótano que tenían donde conservaban diferentes enseres de las tareas agrícolas a las que se dedicaban.Ya de noche, la dueña de la casa y su hija, escucharon extraños sonidos que procedían del sótano donde estaba cobijados los forasteros.

La hija, más interesada que la madre en el murmullo, decidió bajar con cuidado y sin hacer ruido para ver que estaba ocurriendo en las mismísimas entrañas de su casa y, sorpresa, halló a los pastores en círculo, pronunciando una extraña jaculatoria, en torno a una vela encendida.


En estas que se abrió una tremenda grieta en la pared del sótano y, entrando por ella los pastores, comenzaron a sacar de una cueva secreta que había tras aquella pared,  una gran cantidad de tesoros valiosísimos: piedras preciosas, copas de oro, bandejas de plata... verdaderas delicias de orfebrería, una verdadera fortuna.

Subió sigilosa la joven hasta su habitación y, al día siguiente, una vez marcharon los pastores, le contó a la madre lo ocurrido.
La madre, asombrada, no pudo dejar de caer en la tentación que su hija le ofrecía: repetir esa noche, el mismo ritual que habían realizado los pastores y entrar en aquella cámara secreta para saber que podían sacar de allí. Al fin, y al cabo, era su casa.

Así pues, por la noche, las dos unieron sus manos dejando la misma vela que usaron los pastores en el centro y, la hija, tras pronunciar las extrañas palabras, vio asombrada como se abría la brecha que daba paso a una cueva tras la pared del sótano.

Entró ansiosa y encontró allí las mayores riquezas que nadie pudiera haber imaginado. La madre, que quedó fuera temerosa, al ver que la vela se consumía rápidamente y que estaba cercana a dejar de dar llama avisó a la hija que, ensimismada, no hacía caso de la madre y no salía de aquella cueva.
Fue así como se acabó la llama de la vela y la brecha, bruscamente, se cerró para siempre, ya que la desesperada madre no recordaba las extrañas palabras que pronunciara la hija y nadie más, salvo los pastores que habían marchado fuera de la ciudad, conocía pues la contraseña para abrir de nuevo aquella cámara de tesoros.



EL FANTASMA DEL NIÑO DE LA CATEDRAL
Cuentan nuestros paisanos, que en entre las naves del monumento más importante de nuestra provincia, la Catedral, habita el espectro de un niño de unos 10 o 12 años que deambula por el templo.

Se dice que muchos son los que lo han visto, hasta se comenta que el anterior obispo de la diócesis D. Santiago García Aracil, fue testigo de esta presencia.

Lo que sí es cierto es que la historia circula desde antaño por la ciudad.


Se cuenta que en una Semana Santa alrededor de 1950, un niño que estaba subido a una estructura esperando ver salir a Nuestro Padre Jesús, resbaló cayendo al suelo, falleciendo a consecuencia del golpe.

Dicen que cuando queda muy poquita gente y hacia la hora del cierre del templo, que coincide con el caer de la noche, se suele oír el llanto de un niño repetidas veces, que siempre parte de la zona del coro, notando  las personas a su alrededor una ráfaga de viento gélido que hace erizarse la piel. En ese momento se ve la silueta de un niño correteando por las grandes naves del templo, en dirección hacia la sacristía. Este niño viste con unos pantalones cortos con tirantes y una camisa blanca. 

Parece que tiene predilección por la imagen de la Virgen de las Angustias, ya que cuentan que cuando esta imagen está en su trono,  para su desfile procesional de Semana Santa, varios han sido testigos y no en pocas ocasiones, de como un niño levanta los faldones del paso y se mete debajo de este.
 Cuando las personas que  han tenido esta visión se asoman debajo del paso para reprender al niño, se han encontrado que no había nadie debajo de éste.

También se cuenta que el sacristán de la Catedral, a la hora del cierre y haciendo su ronda para asegurarse que no hay nadie en el templo, ha visto a este niño corriendo hacia la sacristía.    De la misma manera, cuando este hombre ha ido hacia allí para advertir al niño que correteaba por esa zona, se ha encontrado con dicha estancia vacía.


LOS ÁNGELES DE LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS

Una mañana del año 1667 llegó a Jaén un escultor llamado Antón acompañado de su esposa y dos pequeños hijos gemelos. Encontraron vivienda en una modesta casa de la Magdalena, pero los vecinos se extrañaban,  pues la mujer y los niños jamás salían a la calle.

Antón comenzó a trabajar como escultor en las obras de la Catedral. Salía por las mañanas temprano y regresaba a casa a la noche. Tenía un carácter muy reservado y procuraba no mezclarse demasiado con la gente. Evitaba conversar con nadie y siempre caminaba en solitario por las calles menos transitadas.
Nadie conocía nada acerca de su vida o su familia. Pero a pesar de ello, su trabajo con la piedra y la madera era exquisito y muy admirado, así que la demanda del mismo fue aumentando al igual que su fama.
Sin embargo, una noche desapareció con la familia sin dejar rastro. Los vecinos dijeron que habían escuchado fuertes gritos de gente en la casa, así como galopar de caballos y tropel de lucha. Algunos dijeron haber visto a Antón aquella noche corriendo desesperado hacia la puerta de Martos tras el rastro de una gran polvareda.
Un día, unos diez años después de aquellos hechos, volvió a verse a Antón por Jaén. El hombre tenía muy mal aspecto y había envejecido mucho más de lo normal para su edad. Mostraba claros signos de sufrimiento en su rostro.
Antón fue al convento de los Carmelitas Descalzos, donde se conservaban varias obras suyas, y pidió asilo a cambio de trabajo. El padre superior accedió, y se convirtió en la única persona con la que Antón cruzaba algunas palabras.
Después de mucho tiempo y con gran paciencia, el superior logró que Antón relatara todo lo ocurrido.
El hombre contó que había sido hecho prisionero cuando prestaba servicio en un barco de guerra español y conducido a tierras africanas donde estuvo prisionero cuatro años. Cuando lo dejaron en libertad le dieron la opción de regresar a su tierra, pero él no contaba con medios económicos para hacerlo,  así que se puso a trabajar en casa de un rico musulmán.
Allí conoció a la hermosa hija de éste y se enamoró de ella, siendo su amor a su vez correspondido. Pero por supuesto el padre no aprobaba dicha unión, por lo que ambos decidieron huir juntos de aquellas tierras. Así fue como llegaron a la Península. Primero se asentaron en Sevilla, donde nacieron sus dos hijos gemelos, y finalmente decidieron trasladarse a Jaén.

Decidieron guardar el secreto a todo el mundo y tratar de pasar totalmente desapercibidos por miedo a que su paradero llegara a oídos del padre de ella. Sin embargo, ocurrió lo temido y una noche se presentaron en la casa seis hombres armados y a caballo, los cuales, sin mediar palabra, le arrebataron a su esposa y sus dos hijos.
Antón no podía dejar de llorar recordando aquellos amargos momentos y las caras de dolor de su familia. Decía tener grabados en su mente los rostros contorsionados por la pena y las lágrimas de sus dos pequeños hijos.
Había buscado a su familia hasta la extenuación, pero todo había sido en vano. El padre superior se quedó muy acongojado al conocer la triste historia y trató de darle todo su apoyo para ayudarlo a soportar el día a día.
Antón comenzó a trabajar en un precioso retablo para la Virgen de las Angustias, pero en sus ratos libres tallaba unos angelitos que lloraban amargamente con gran dolor. En aquellos rostros plasmó las imágenes de sus dos amados hijos en aquel triste momento en que fueron arrancados de su lado.
Todos en el convento quedaron sorprendidos ante la belleza y realismo de la obra y los angelitos fueron colocados al pie de la imagen de Nuestra Señora.
Pero dos días después de bendecidos los angelitos, Antón volvió a desaparecer. Sólo dejó una nota sobre su cama dirigida al superior.
 En ella explicaba que no podía soportar el dolor que le causaba contemplar aquellos dos angelitos y por ello abandonaba Jaén para siempre. Nunca más se supo de él.



La princesa del palacio moro (Convento de Santa Catalina/Santo Domingo)

La primera leyenda se encuentra situada en el Convento de Santo Domingo, llamado desde Juan I Convento de Santa Catalina Mártir, que es la titular de la portada renacentista.
En él se habla de la existencia de una joven mora a la que dieron muerte por haberse enamorado de un cristiano.



‘’ Corría el año 1155. El rey Alfonso VII ‘El Batallador’, vino a sitiar Jaén tras haber tomado Andújar. Para ello dio órdenes precisas a sus capitanes, a fin de que vigilaran y cerraran el paso de los caminos que llevaban a la ciudad.
En esa ocupación se encontraban D. Fernán Ventúrez, al que el rey encomendó la vigilancia del camino de Granada, cuando cierta mañana decidió investigar las defensas enemigas, adentrándose por entre las huertas que riega el arroyo de Valparaíso, burlando la vigilancia de los soldados.

Por mala ventura, una joven mora que por aquellos andurriales se encontraba en compañía de otras tres moritas, se topó de bruces con el apuesto Capitán quien, sorprendido por el encuentro y por la singular belleza de aquella joven, quedó extasiado en su contemplación, en tanto que la moza también abrumada por la gentil apariencia del Capitán, quedo paralizada entre el miedo y la sorpresa, desoyendo los requerimientos vehementes de quienes la acompañaban.
D. Fernán, que estaba apostado junto a un rosal silvestre de blancas flores, tomo una de ellas y, con un gesto enamorado, se la ofreció a la Princesa, invitándola a que marchase junto a los suyos.

Ella, ruborizada y con sus hermosos ojos albergando mil estrellas de amor, tapaba su rostro con una gasa transparente de delicados bordados y pedrería, mientras caminaba despacio y sin darle la espalda al caballero, hasta juntarse con sus compañeras, quienes, entre risas cómplices, tomaban el camino de Jaén, volviendo una y otra vez la mirada hacia aquel apuesto soldado que, ensimismado aun con los verdes ojos de su ya sentido amor seguía apostado junto al rosal.

Volvió al día siguiente el Capitán a ese lugar buscando la fortuna de encontrar la morita. En esta ocasión fue él quien la sorprendió, ofreciéndole de nuevo una blanca rosa que permaneció unos segundos entre las manos de ambos dos, hasta que ella la tomo para sí, besando sus pétalos a la vez que fundía el verde mar de su mirada con la de su apuesto doncel.

Durante tres días más se produjo el encuentro de los dos enamorados, aumentando con cada uno de ellos el sentimiento común que les embargaba; pero la envidia, tan mala consejera como cruel verdugo, sentó sus reales en aquella nefasta mañana:

 La princesa fue delatada por una de sus doncellas y, apenas hubo rebasado la puerta de Granada, un piquete de soldados la siguió hasta el árbol del amor, y sorprendiendo a los enamorados, los prendieron y llevaron hasta el palacio real donde, a pesar de las suplicas y llantos de la Princesa, el Capitán fue conducido inmediatamente a las mazmorras del castillo, mientras ella era recluida en una habitación del palacio.

Transcurrían los días, y la joven enamorada rogaba insistentemente a sus guardianes que le dieran noticias  de sus armado; pero ante el silencio de aquellos, se le turbó gravemente el juicio y, entre llantos, pregonaba con gran vehemencia sus sentimientos.

Cierta mañana dejaron de oírse tan sentidos lamentos. Solo se escuchaba el rastrear de una pala, echando tierra sobre una fosa cavada en el jardín del palacio.

Desde aquel día, son muchos los que han visto la figura transparente de una morita de ojos verdes, con gasa de delicados bordados y pedrería sobre su rostro, pasear su pena por el claustro del Convento, o buscar por las mazmorras del antiguo castillo, el halo de su enamorado Capitán.’'

Mas si este relato constituye una ficción, si es cierto que durante una visita al Archivo Histórico y, al preguntarle a la Directora sobre la mora que se aparecía, esta nos dijo que nunca vio nada anormal, pero que un estudioso de los que visitaban esa galería, le advirtió con la cara pálida que nunca más subiría a la misma.

También comentó que una tarde, cuando los albañiles se quedaron solos, salieron despavoridos del recinto tras sentir unos escalofríos, haciéndole saber al día siguiente que nunca más volverían a pisar aquella casa.

Es así mismo significativo el caso de un pintor, que prefirió perder el empleo a continuar su trabajo.

Quizás viesen el reflejo de sabanas colgadas en los pisos adyacentes; pero lo cierto es que, de cuando en cuando, se percibe un agradable olor a azahar en el lugar; además, en cierta ocasión se tomó una fotografía al fondo del corredor de la galería alta, apreciándose en la misma como la figura transparente de una entidad a modo de mujer vestida con gasas o túnica oscuras, deja ver lo que hay detrás de ella. La fotografía desapareció misteriosamente.






MUERTE DEL REY ALI EN LOS BAÑOS ARABES
 Se dice que estando el Rey moro, recreándose en los baños, a esto de las doce del mediodía, entraron tres enemigos y, mientras uno cerraba las puertas, otro hacía lo mismo con las ventanas del techo (lucernas) clausurando las salidas.  Se cuenta que un tercero avivaba el fuego de la caldera, con lo que se dirigía mucho más caudal de aire caliente al entramado de conductos que hay bajo el suelo, de tal modo que la temperatura aumentó tan considerablemente que el pobre Alí se puso a sudar y a sudar hasta que no le quedó gota de sudor, muriendo en aquella sala caliente de los afamados baños árabes de La Magdalena.

Es por eso que su fantasma se siente a esa hora concreta y absorbe la energía de los visitantes.


Otra versión dice que estando en la sala caliente le sorprendieron los eunucos fieles a Alhatán y le dieron unos espadazos que lo dejaron malherido, y, siguiendo una costumbre musulmana, le dijeron donde quería ser rematado para morir, eligiendo Alí una de las columnas de la sala templada contigua, y allí mismo en efecto fue rematado y murió.

Hay personas sensibles que dicen que una de las columnas en la bella sala templada emana calor e incluso cierta energía positiva, precisamente la columna junto a la cual la leyenda dice que el rey Alí eligió morir.

En cambio, de la sala caliente, la que está junto a las calderas, se considera que emite energía negativa.

Estando de visita por los baños, muchas personas se han sentido mal, con pocas fuerzas y algunas hasta casi se han desvanecido. Se han experimentado bajadas bruscas de temperatura, y además alguna vez, sin motivo aparente, se han descargado baterías de móviles o cámaras, o se han velado películas fotográficas. Es decir, estaríamos ante casos de pérdida de energía en personas y máquinas debido a la presencia de algunos espíritus.

Se suele pensar, por tanto, que el fantasma del rey Alí es el que vaga por el edificio, sobre todo por la sala templada de los baños y a la hora del “Ángelus”, las doce del mediodía, cuando la leyenda dice que murió, absorbiendo la energía de sus visitantes.

 Quizás el caso más destacado fue aquel en el que hace unos años unas mujeres veinteañeras que visitaban los baños formando parte de un grupo, estando en la sala caliente vieron como un hombre vestido con una especie de túnica o bata larga hasta los pies pasaba repetidamente por delante de la puerta de esta sala en donde estaban, es decir, que el misterioso hombre estaba en la sala templada, y las miraba vigilante, pero las chicas al cruzar la puerta y asomarse para ver quién era, no veían a nadie.

Sea cual sea la identidad de la presencia fantasmal, es muy habitual en estas estancias sentirse observado, incómodo y destemplado.  A muchos turistas les ha pasado.




LA CASA DEL MIEDO

En esta recoleta plazoleta de San Bartolomé, transcurre una curiosa leyenda, en la que un aterrador fantasma recorría todas las noches sus losas de piedra, en dirección a la mencionada "Casa del Miedo"

Cuando las sombras de la noche alcanzaban aquel rincón del Jaén antiguo, los vecinos temían asomarse a las ventanas, no fuera a divisarlos la fantasmagórica presencia y a realizar en ellos cualquier encantamiento que los desgraciara para toda la vida.
Era más seguro cerrar postigos y puertas. Nadie tenía la valentía suficiente para salir a la calle, en busca de aquella alma en pena que tenía aterrorizado a todo el barrio.

Conforme pasaba el tiempo, una larga lista de sucesos en torno al fantasma comenzó a ocupar las charlas de aquellas gentes.

Entre estas historias, se cuenta que un día,  la niñera de una familia adinerada que vivía en  aquel inmueble, paseaba al bebé en sus brazos. De buenas a primeras, tropezó cuando se asomaba al balcón de la casa. Cayó el niño al vacío,  estrellándose contra el suelo y muriendo en el acto.
Nuevos relatos arrasaron el barrio de San Bartolomé. Los vecinos estaban convencidos de que aquella casa era el domicilio de infernales espectros.
Posteriormente la "Casa del Miedo" albergó la sede del Catastro de Rústicas. Afirman que muchos de los trabajadores que allí prestaron sus servicios, fueron testigos de numerosos y extraños sucesos. Papeleras que se movían solas, sillas que cambiaban de lugar y papeles que desaparecían, bastan como ejemplo de lo que allí ocurría.
Estas nuevas hazañas de los espíritus ocasionaron una profunda desconfianza hacia el encantado edificio, al que muchos evitaron acercarse durante largo tiempo.
Hoy la "Casa del Miedo" es un bloque de viviendas. Parece que todo permanece tranquilo y que sus fantasmales presencias la han abandonado.





El Padre Canillas

Una oscura y tenebrosa noche caía sobre Jaén. En una de las estrechas calles del barrio de San Juan, rompía el silencio el estrepitoso golpe del portón de madera de una casona, de la que ha salido un joven que ha acompañado a la novia hasta su domicilio.
El mancebo, bien abrigado, protegiéndose del aire y de la lluvia, dirigía sus pasos hacia la plaza de la Merced. Por las solitarias y silenciosas calles, solo se apreciaba el ruido del agua estrellándose contra el empedrado suelo, que rezumaba humedad. Ni siquiera los pasos del Sereno se escuchaban por las cercanías.
El aire frío e intenso arreciaba con fuerza sobre la ciudad.
Seguía su camino, con el cuerpo aterido de frío, y divisaba a lo lejos una sombra que avanzaba en sentido contrario por la misma calle.
Pensaba en la figura que vio mientras caminaba.
Resultó ser un sacerdote, vestido con larga sotana negra, bien abrigado con una capa y con un gran sombrero que le protegía del frío y de la lluvia.
El clérigo le solicitó su ayuda para realizar una celebración en la cercana capilla del Arco de San Lorenzo, puesto que estaba solo y precisaba de colaboración. El joven accedió de inmediato, dirigiéndose ambos hacia el mencionado edificio.
Una vez entraron en la pequeña y hermosa Capilla, el sacerdote se revistió y dio comienzo  la ceremonia.

En una de las genuflexiones del presbítero, el joven le ayudó sujetándole la sotana mientras se arrodillaba. En ese preciso instante apreció el muchacho que en lugar de dos tobillos lo que sobresalía por debajo de la ropa eran las canillas de un esqueleto.
Mientras el Padre seguía en su quehacer, el mozo volvió a repasar con la mirada los espantosos tobillos, paralizado por el terror, comprobando que sin lugar a dudas, estaba junto a un esqueleto parlante.
Pies le faltaron para salir corriendo en cuanto pudo reaccionar, preso del pánico. Abandonó el Arco de San Lorenzo y corrió desesperado por las calles del barrio de la Merced buscando donde esconderse de la fantasmal criatura.
El calor inundaba su cuerpo, a pesar del intenso frío reinante. Parecía que el extraño esqueleto no le había seguido. No obstante, prefería esconderse donde fuera, puesto que su casa estaba aún excesivamente distante de allí. Todos los portones estaban cerrados y el maldito Sereno seguía sin aparecer por ningún sitio.
Por fin, en su alocada carrera, vislumbró la silueta de un hombre en la Plaza de la Merced. Se acercó hasta él sin pensarlo dos veces, en busca de protección. Resultó ser un sacerdote, que escuchó boquiabierto el relato que el joven le narró. Le describió detalladamente lo sucedido en el Arco de San Lorenzo, donde había descubierto que estaba ayudando a un horrible espectro.
El cura, asombrado por el nerviosismo y la excitación del muchacho, con un ligero destello de burla en su mirada, se alzó la sotana. En ese momento le preguntó que si los tobillos que había visto eran como los de él, mostrándole al aterrorizado joven unas horribles canillas descarnadas y sin vida….

Espantosa noche la de este joven en el barrio de la Merced.


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